viernes, 1 de julio de 2016

LA HUELLA DEL 26 DE SEPTIEMBRE


El 26 de septiembre (día en que nací) nunca será olvidado en México, será recordada como otra de las fechas infames en la truculenta historia de nuestro país, al igual que la masacre de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, la matanza conocida como “El Halconazo” el 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México, la masacre de indígenas en Acteal el 22 de diciembre de 1997, y qué decir del sexenio de los 100 mil muertos de Felipe Calderón Hinojosa y tantas otras fechas, lugares y vidas que han sido marcadas por gobiernos corruptos encabezados por el PRI, y silenciosamente legitimados por las otras fuerzas políticas que actualmente se reparten el territorio mexicano. 

El 26 de septiembre siempre llevará por nombre Ayotzinapa, por los 43 estudiantes que hacen falta y tantos miles y miles de desaparecidos entre los que se encuentran niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos cuya experiencia de vida ha sido atravesada por la injusta violencia que unos pocos imponen sobre la mayoría. 

Por más que los medios de comunicación y sus replicadores anuncien los beneficios de las “reformas” o que “vamos por buen camino”, “moviendo a México” y toda la sarta frases vacías que todos sabemos de memoria, el hecho concreto es de que está en la presidencia de la república un líder mediocre, respaldado por un partido que históricamente se ha dedicado a sangrar al país cual garrapata, y que desafortunadamente, aún no se constituye una fuerza política que haga frente a estas condiciones. 

No dudo que se estén construyendo unas mejores condiciones de vida para todas las personas, al igual que hay resistencia al cambio de tanta gente, también hay miles de personas dedicando su esfuerzo para construir un país digno, con representantes ejemplares y donde sea posible vivir sin sentirse amenazado ni con miedo a que te asesinen los verdugos oficiales y extraoficiales.

El 26 de septiembre, además de un día de resistencia en homenaje a los desaparecidos, es un día para hacerse aparecer, es decir, hacerse presente, vivir y amar intensamente éste y todos los días, construir con el corazón, pero también con la cabeza, que aún nos queda mucho camino por delante, y nadie está exento de dedicar al menos un aliento para ayudar a la necesaria transformación de este país.

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