Desde hace semanas ha surgido una
discusión en el campo literario mexicano en torno a la antología México 20. La nouvelle poésie mexicaine, la
cual fue preparada a petición de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal
para el evento “Marché de poésie” de París, donde México fue el país invitado.
En las siguientes líneas haré un repaso
del debate suscitado a partir de los procesos institucionales de la antología,
para después trazar una posible respuesta a las reacciones en contra de
escritores y poetas críticos a este proyecto, mostrando cómo el descrédito, la
indiferencia y las burlas son estrategias usadas tanto en el ámbito literario
como a nivel institucional para ignorar denuncias y terminar banalizando
acciones deshonestas que se suman a las recurrentes prácticas de corrupción en
México.
Una
Secretaría, dos funcionarios, tres jurados, veinte poetas. La gestión oficial
de la antología “México20”
Aunque ha habido posiciones favorables y
críticas a este proyecto, uno de los ejes de discusión que más ha suscitado
contrastes, más allá de la representatividad y los méritos de cada poeta
incluido, es la opacidad con la que se gestó esta antología, revelando procesos
discrecionales, confusos e irresponsables tanto en la planeación como en la
selección de poetas que la integran.
Esto se ha generado ya que a pesar de
que en la portada del libro figuran Jorge Esquinca, Tedi López Mills y Miriam
Moscona como antologadores, una publicación aclaratoria de Julio Trujillo,
exfuncionario federal de la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría
de Cultura, menciona que él mismo solicitó a Esquinca, Mills y Moscona sugerencias
para reunir a 20 poetas, siendo Trujillo quien se comunicó con cada poeta para
que le hicieran llegar veinte cuartillas representativas de su obra, de las
cuales él como funcionario finalmente eligió 15 para su inclusión (“Julio
Trujillo revela novedades de la antología de poesía México 20” El Universal).
La poeta María Rivera ha señalado esta
acción como deshonesta ya que el nombre de Julio Trujillo debería aparecer
junto a los tres antologadores en la portada del libro, siendo que realizó
acciones sustantivas (selección de poetas y poemas) para su publicación. (“Sobre
las precisiones de Julio Trujillo a la muestra de poesía México 20”, La Razón).
El ex funcionario intenta justificar su implicación (no oficial) en el proyecto
bajo los argumentos de las premuras burocráticas y por el hecho de que la
selección que finalmente él reunió resultaba “un libro digno de poesía
mexicana”.
Posterior a esto, María Núñez Bespalova,
actual directora de publicaciones de la Secretaría de Cultura, reveló nuevos
detalles del proyecto (“México 20. Antología que desata polémica”, El Universal) al mencionar que primero
se consultaron a las editoriales para que recomendaran poetas, y después se
conformó un jurado de tres poetas (Esquinca, Mills y Moscona) para sugerir a 20
poetas mexicanos cada uno. Lo cual refiere a tres procesos de selección en los
que estuvo directamente vinculada la Secretaría de Cultura ya no solo como
gestora y financiadora del proyecto, sino en tres rondas de sugerencias de
poetas a incluir así como la aprobación, escrutinio y selección final de obra a
cargo de Julio Trujillo; involucramiento problemático desde la Secretaría de
Cultura que el poeta Jeremías Marquines ha referido al señalar que “no sólo se
trató de la publicación de un simple libro, sino de posicionar en el mercado
extranjero un gusto, una preferencia estética, como La Estética poética
predominante desde una posición de poder gubernamental, y a un grupo particular
de poetas (…)” (“La nouvelle poésie mexicaine, gato por liebre”, Bajo la palabra). Estética poética que
Marquines nombra como “gato por liebre” por la imposibilidad de llamar “nueva
poesía mexicana” a esta compilación, y que también se relaciona con el argumento
de María Rivera respecto a que el propósito de la antología desde un principio estuvo
dirigida por intereses de promoción gubernamental en el extranjero.
Los grandes ausentes de la discusión han
sido Esquinca, López Mills y Moscona, los propios antologadores oficiales, quienes
ante las reiteradas peticiones de aclaración sobre su papel en este proyecto no
responden “ni con el pétalo de un eufemismo” como ha ironizado Javier Raya el
inmutable silencio que han asumido. Sólo limitándose a simpatizar con las
justificaciones favorables al proyecto o también para celebrar los chistes y
sátiras contra quienes han criticado “México20”, como lo ha documentado
Heriberto Yépez (“Antologías y autoritarismos literarios en el sexenio de Peña
Nieto”, Border Destroyer).
Sólo recientemente y después de semanas de discusión en redes sociales, Tedi López Mills publicó un texto que nombró como “Epílogo” de la antología, en donde reafirma la premura con la que se realizó la edición y que en ningún momento ella ni los otros dos jurados pudieron ver la versión final de “México20”. (“México 20: La polémica tres respuestas”, La Razón)
Sólo recientemente y después de semanas de discusión en redes sociales, Tedi López Mills publicó un texto que nombró como “Epílogo” de la antología, en donde reafirma la premura con la que se realizó la edición y que en ningún momento ella ni los otros dos jurados pudieron ver la versión final de “México20”. (“México 20: La polémica tres respuestas”, La Razón)
Risas
y reacciones. Chistes y burlas como paliativos de la corrupción
Una de las particularidades que a título
personal ha llamado más la atención son las reacciones en contra de escritores,
poetas y toda persona crítica al proyecto de antología, que han transitado
desde el chiste fácil y la burla hasta los insultos y ataques verbales. La
sorpresa ha venido porque dichas reacciones no sólo vienen de funcionarios cuya
defensa es obvia y hasta predecible de los proyectos oficiales, sino que la
mayoría de estos posicionamientos han surgido desde el propio ámbito literario
mexicano, donde no han faltado poetas y escritores defensores del proyecto que
a punta de bromas, sarcasmos, memes, gifs y demás publicaciones en sus redes
sociales han intentado demeritar la discusión, utilizando por lapsus o por
franca flojera crítica, los mismos argumentos del gobierno federal para
menospreciar otras voces en México (“odio”, “enojo”, “envidia”), tal y como lo
distinguió Heriberto Yépez en su texto “De antologías y autoritarismos
literarios”.
De las pocas reflexiones que se han
publicado para comentar/justificar “México 20” de poesía está la de Francisco
Hinojosa (“Puedo antologar tu antología”, La
razón) donde invita a normalizar el hecho de que “en una antología —como
bien deberían saberlo los detractores de ésta que nos ocupa— siempre imperan
los gustos y las afinidades”, olvidando astutamente profundizar que no es un
problema de “gustos y afinidades” lo que está en cuestión, si no de procesos burocráticos
viciados y deshonestos para lavar la imagen de un gobierno señalado por actos
de corrupción. El texto de Hinojosa, junto a las decenas de posts en Facebook y
Twitter de otros escritores y poetas tienden a caer en la falacia argumentativa
de acusar de envidia u odio a quienes critican el proyecto, apelando a un imaginario
en el que si todos hemos sido participes de la corrupción alguna vez, no deberíamos
criticar nada y continuar con las cosas como están.
Por ello es de resaltar que ciertas
posturas a favor de la antología de poesía “México20” han sido construidas a
partir de textos como el de Hinojosa, o mediante posts en Facebook o Twitter
que implícitamente apoyan este proyecto a pesar de las irregularidades ya
señaladas. Una defensa que en su mayoría se ha nutrido de pretensiones
frívolas, sarcasmos, ironías, pero en otras ocasiones ha sido abiertamente
reaccionaria e insultante. Y es que el problema no radica en tomar posiciones,
sino que éstas se vuelvan extremas al punto de la intolerancia y el ataque.
Esta polarización obviamente tiene sus
matices críticos, como la falta de conocimiento o interés de algunos de los
poetas incluidos acerca de la opacidad el proyecto. O también las rencillas
individuales que obnubilan la razón ante argumentos claros y precisos, pero que
al ser dichos por tal o cual persona son registrados como “berrinches”,
“insidias” u “odios” personales. Estos matices no permiten generalizar ni
llamar “corruptos” a todos los poetas, jurados y funcionarios que participaron
en el proyecto (como ha destacado el propio Luigi Amara, uno de los poetas
incluidos en “México20”), pero tampoco es posible desechar las denuncias y
críticas sólo porque las firma un escritor o escritora con la que no se tiene
simpatía. Situarse de modo extremista en cualquiera de ambas posiciones, tanto
de los simpatizantes como de los críticos a este proyecto, han demostrado ser
las posturas más frágiles de la discusión y su afán por aplastarse la una a la
otra mantiene en parálisis cualquier intento de autocrítica.
De
la banalidad del mal a la banalidad de la corrupción
A raíz de los hechos concretos respecto
a la gestión de esta antología, y las reacciones tanto de funcionarios como de
escritores y poetas en contra de las personas que han criticado “México20”, es
posible hacer un paralelismo con el argumento central del libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la
banalidad del mal (1963) de la filósofa y periodista alemana Hanna Arendt,
para enlazarlo a la discusión actual en el ámbito literario mexicano.
Para explicar esta relación es necesario
conocer el argumento básico del libro, el cual se desarrolla a partir de la
reacción de Arendt al escuchar las declaraciones de Adolf Eichmann, teniente
coronel de las SS Nazis, quien durante los Juicios de Nuremberg posteriores a
la Segunda Guerra Mundial no dudó en contestar que no sentía culpabilidad por
ordenar el traslado de millones de judíos hacia los campos de concentración
para su exterminio, y que más bien se hubiera sentido culpable de no haber
cumplido de manera cabal con su trabajo.
Lo que asombró a Arendt, además de la
frialdad y fijeza de la respuesta Eichmann, fue porque ante ella se encontraba
un hombre que fácilmente pudiera haber sido tildado de “loco” o “monstruo” por realizar hechos tan
atroces, pero sucedía todo lo contrario, estaba frente a un hombre
terriblemente normal, “del montón”, como Arendt lo nombra en otro momento. Un
burócrata nazi que cumplía órdenes sin reflexionar sus consecuencias, evaluado
por psiquiatras que no encontraron en él tendencias esquizoides o una mente
retorcida, sino que más bien adolecía de criterio para dimensionar las
repercusiones de sus actos; o más que adolecerlo, la poca reflexividad crítica
de sus acciones eran tan automática que se volvía una cuestión banal si
trasladaba a cien, mil o diez mil personas a los campos de concentración.
Eichmann seguía órdenes según las
cadenas de mando propias del ejército, desde las que se desdibujan las
responsabilidades ante crímenes de lesa humanidad como los que cometieron los
nazis y los siguen cometiendo diferentes ejércitos en América y el mundo,
incluido el mexicano. Eichmann no era un loco o un monstruo, era un burócrata
fiel a cumplir con su trabajo, a pesar de que éste fuera enviar a hombres,
mujeres y niños al exterminio.
Es precisamente esta falta de
reflexividad crítica lo que permite hacer la relación entre el pensamiento de
Arendt respecto a la banalidad del mal, frente a la discusión sobre la
antología “México20” y la banalidad de la corrupción en el campo literario
mexicano. Ya que así como no se requiere ser un monstruo o un loco para cometer
hechos deplorables, tampoco se necesita ser un capitalista rampante o un
político maquiavélico para caer en las mismas prácticas de corrupción que
distinguen al gobierno en turno. Basta con ser un burócrata obediente, un
empleado bien portado o un discípulo ingenuo y sin carácter para repetir las
órdenes que vienen desde arriba. Basta con decir sí a una cuestión
aparentemente cualquiera, “de trámite” dicen por ahí, sea por ignorancia,
ingenuidad o torpeza, para que dicha acción tenga consecuencias éticas y
políticas sobre nosotros.
Las reacciones de ciertos funcionarios,
escritores y poetas que apoyan este proyecto a pesar de sus irregularidades, se
han dedicado a volver chiste una denuncia
(ver por ejemplo las publicaciones de Ángel Ortuño, Julian Herbert y
otros en sus redes sociales), pretenden hacer creer que este tipo de prácticas
es algo normal en México (leer la defensa de la antología que hace Hinojosa), o
buscan intimidar mediante acoso, insultos y discriminación a quienes opinen
distinto de ellos (leer los ataques a Rogelio Guedea o los insultos de Ricardo
Flores Sánchez contra María Rivera) y tantos otros más. No se trata de pedir
que las reacciones en torno a la antología sean mesuradas y bien portadas para
el regocijo de las buenas conciencias literarias, pero lo problemático es que
aun habiéndose aclarado el proceso de edición que siguió “México20” desde la voz
de Julio Trujillo, los ataques y las burlas continuaran minimizando lo que se
estaba diciendo. De pronto las discusiones se llenaron de bastantes bromistas y
muy pocos tomaron los argumentos para comentarlos.
En resumen, como lo menciona el poeta
Hugo García Manríquez en una entrevista sobre las reacciones negativas a los
argumentos en contra de la antología, la constante ha sido “personalizar y
caricaturizar [la crítica] como desplantes individuales” (“Creer más en la
Poesía y menos en los sistemas de validación gubernamentales: Hugo García
Manríquez”, Terraplen); es decir, “patologizarla”
como lo menciona Heriberto Yépez, como estrategias de invalidación ante las
denuncias directas.
Aplicar la política de la indiferencia,
tan efectiva para los gobiernos cuando se quieren deshacer de un problema,
fingir que no está ahí, y a la larga terminar creyéndolo. O reaccionar ante
actos deshonestos de un modo tan automático que resulta banal si el amigo
funcionario me beneficia porque le caigo bien y no porque mi trayectoria lo
merece; o si me invita a viajar un gobierno represor que paradójicamente
permite leer poemas revolucionarios en el extranjero; o si denuncio
magistralmente al Estado por sus acciones, pero no me atrevo a cuestionar las
prácticas corruptas en las instituciones culturales de ese mismo Estado; o si
cuestiono las prácticas deshonestas a mi alrededor, pero no las que están
frente a mis narices; o si censuro mediante burlas las voces con las que
difiero, en vez de escucharlas y abrir un margen, no condicionado, de
comprensión.
Banalizar la corrupción pareciera una
práctica tan normal y cotidiana que las personas que se oponen a ella pareciera
que son tomadas por alteradores de la paz pública. Se coacciona contra quienes
denuncian la corrupción pero no se ejerce una igual coacción contra la
corrupción misma. La banalidad de la corrupción está presente cuando por más
arbitrario, irregular y poco transparente que sea un proceso, se decide
participar de él sin una reflexividad crítica o ética que lo impida. La
banalidad de la corrupción es ese “qué tanto es tantito” desde el que se
sostiene todo un sistema de beneficios y prebendas al más alto nivel, y que no
tiene interés en transformarse desde su raíz.
La
normalización de lo impune
Es importante enfatizar de nuevo que la
discusión a propósito de “México20” no es solamente sobre contenidos de la
antología ni poéticas particulares (ya que muy pocas personas conocen la
antología como tal), sino de procesos y prácticas deshonestas arraigadas entre
agentes e instituciones de la cultura en México.
Un libro que se gesta de manera opaca,
con prisas, con la mano directa de la Secretaría de Cultura y en el que los
antologadores oficiales no dan la cara para aclarar su participación, da cuenta
de la poca seriedad con la que se llevan a cabo proyectos de este tipo desde el
gobierno federal.
Por ello, algunas preguntas pendientes
que quedan de esta discusión son ¿dónde está la reflexividad crítica de tantos
escritores y poetas que defienden la antología a pesar de sus irregularidades?
¿Por qué hay escritores que se indignan cuando reprimen a los maestros, pero se
burlan cuando censuran a sus propios colegas? ¿En qué momento la frivolidad y
el escarnio pasaron a convertirse en dispositivos de coacción aplaudidos y
celebrados por personas supuestamente críticas? ¿Qué pasará con las
irregularidades y denuncias ya señaladas acerca de “México20”? ¿Quedarán sepultadas
en el silencio de los implicados?
El riesgo de banalizar la corrupción,
ningunearla, hacerla pasar como el cuento de nunca acabar en el país y dejar
que se pierda en el letargo y la indiferencia de los días, es que creamos como
verdadero un imaginario fantasioso, que a pesar de ser abrumador en sus
dimensiones como problema, no significa que pueda ser contrarrestado con
prácticas contrarias a los supuestos tradicionales. Producir otras relaciones es
una labor capilar, de todos los días y sin la certeza de que nuestras acciones
tengan el impacto esperado, sin embargo, en un país como México se vuelve
urgente proponer otras prácticas que nos sitúen por fuera de los círculos
viciosos y los actos deshonestos que nos rodean, ya que de lo contrario
seguiremos con la maliciosa costumbre que fácilmente transita de la banalidad
de la corrupción a la banalidad de lo impune.
casualmente Julio Trujillo hoy trabaja en una editorial en la que publican la mayoría de los poetas que selecciono en al antología
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