La humanidad nunca ha sido ni será dueña de este planeta. A pesar de las
divisiones geopolíticas, a pesar de los gobiernos, a pesar de su depravación
ecológica. Somos apenas sus incómodos moradores, la "raza taimada que cree
saber la hora" (Holderlin). Ni amos ni señores de los recursos naturales.
Apenas gestos vivos, expresiones de la materia en redes celulares, tejidos
bióticos simbólicos en la compleja trama de la vida (Patricia Noguera). Ni
desarrollo ni progreso son capaces de erradicar la sensación de orfandad que desde hace décadas priva en
el imaginario occidental (Sergio Espinosa Proa). El sueño de la razón produce
monstruos (Goya) y estos toman formas visibles en el capitalismo, el
neoliberalismo, la democracia, la burocracia, la religión, la universidad, la
tecnología o la familia. Somos los efectos de este sueño razonado que
actualmente se experimenta como pesadilla en la vida cotidiana. La propia
irracionalidad, nihilismo, cinismo y sátira es la manera indirecta de eludir
los espectros del presente frente a nosotros que nos interpelan, como si fuera
otra manera de reafirmar que "el humor es la cara civilizada de la
desesperación" (Boris Vian). Y a pesar de todo, la vida humana sigue y
seguirá llena de acontecimientos mínimos donde también llegamos a experimentar
plenitud. La risa, el amor, el sexo, el baile, la música y toda expresión
artística dan cuenta de esas potencias creadoras que habitan nuestro cuerpo.
Dan cuenta de nuestra posibilidad de construir vías alternas hacia dónde
dirigir las miradas y las voluntades. Un esfuerzo al límite de las catástrofes
y crisis ambientales en las que estamos para reconocer la geopoética que somos
también, una expresión más de la vida en el planeta, criaturas capaces de
habitar poéticamente esta tierra.
JC
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