Repensando el humanismo que nos han
inculcado como profesionistas de las humanidades, la visión del "síganme
los buenos", "arte pa la banda", "juntos por un mundo
mejor" se queda corta frente a un escenario social complejo y diverso, con
gustos y preferencias que se contraponen unas a otras. Más que una unidad
reconciliable, lo presente es la lucha por el poder, conquistar posiciones
enunciativas, invalidar al otro desde su moralidad porque no sigue la ética humanista
imperante.
El discurso humanista aparentemente tan
cálido y progresista que llegan a utilizar algunos artistas y pensadores en la
actualidad está cimentado en idealismos morales más que experiencias de vida
contradictorias. Mientras no pensemos, sintamos y actuemos desde la diferencia,
desde la contradicción y el contraste, el proyecto humanista seguirá
encontrando sus obstáculos autocreados.
Generar acuerdos desde la
diferencia más básica es un desafío que pocos se atreven a realizar porque
implica dialogar con lo que más detestas o aborreces. ¿Quién se atreve?
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