Cómo o para qué
generalizar cada experiencia de vida, tan única, irrepetible y circunstancial,
si no es para estabilizar un caos interior. El pensamiento intenta abarcar
(controlar) aquello que todavía no puede o no quiere comprender. Por esto
intenta disfrazar su voz en la de otros, entremezclarse en la ambigüedad para
encontrar un refugio, una guarida, un punto de pliegue que le permita
escaparse. (...)
Las personas que tienden a generalizar
lo hacen por un miedo profundo a la soledad de su opinión, o bien, porque se
han adueñado de una voz que no les pertenece, y sin embargo la usan, a veces
para construir y otras simplemente para revitalizar prejuicios.
Por
eso al hablar en plural y generalizar no se lanzan cuestiones al aire, se busca
ante todo generar contacto, que alguien se identifique, se vea reflejado,
aludido, entrelazado, ya no tanto en esa generalidad sino en algo más próximo y
compartido, el tacto-piel que sucede entre la palabra y el ojo, el sonido y el
oído, el símbolo y el cuerpo.
Generalizar es un
vocablo ligado a la idea de género, de generar como capacidad, solo que en la
vida cotidiana y el uso del lenguaje así como uno puede generalizar una
opinión, también puede generalizar un prejuicio.
El riesgo de
generalizar constantemente está en que se autolimita la visión crítica por
pensar las cosas como dadas, inmutables, manejables dentro de mi espacio de
reflexión individual. Una cuestión a favor sobre la generalización es de que en
ciertas circunstancias, hablar en plural pone en relación horizontal el trato
de una persona con otra, crea, aunque sea por un momento, un imaginario que es
posible compartir, pero por más amplio que sea éste imaginario, necesariamente
tendrá que convivir con otros.
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