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Poema extraído del libro PRISMA (Observatorio Editorial Tijuana, 2014; 2.0.1.3. Editorial)
RITMO DE LOS CICLOS
Están
despiertos los libros, las hojas abiertas, sus letras me caminan como hormigas
en las manos, sigo tecleando sobre como si escarbara algún misterio. Rasco mi
cabeza, entre las uñas se queda mi fracaso. Estoy hueco como el tronco, en mi
viven escarabajos y pájaros heridos, alimañas de veneno y viscosidad, estoy
agujerado y podría renacer en las semillas, pero siento que debo cumplir este
vacío. Transición. El ritmo de los ciclos es una fuerza en espiral, arrojarte,
marearte, estallar en él, dar vueltas, subir, subir al cielo y estar de regreso
al excribirlo. Aterrizar al excribir. A veces nada encuentra el que camina
mucho, lo sé, pero no quiero detenerme a contemplar la parálisis. Sigo
escribiendo, sed de cielo, hambre de viento, plumas plateadas de las alas
mentales, escribir es una manera de volar, caer en picada, atravesado por
ráfagas de sol herido, suspendido por la brisa del mar, escribo y vuelo sin
saberme pájaro, subo a la altura, tengo las piernas clavadas en el mundo, su pesadez
me sepulta, caigo de nuevo, podría volar pero me arrastro. Me detengo en el
silencio, tomo de la tierra un aliento, vuelvo escribir. Vuelvo a volar. Vuelvo
a escribir que vuelvo a volar, hacerlo es reiniciar el viaje, continuar la
deriva, caminar, nadar, ofrendar lo que escribo a ese nadie que lo recibirá
gustoso, ese nadie tragador de metáforas, triturador de versos, libros enteros
masticados como legumbres literarias. Escribo porque ando en la ciudad que es
uno, inventada al despertar, en la rutina, de paso, con la sonrisa, de paso,
con la felicidad, de paso, con la amargura, de paso, y te preguntas por qué
lucen tan quebrados los semblantes, por qué las grietas en las caras tan
jóvenes, ya es inevitable mirarse las manos y encontrar las rutas del fantasma
que camina en nuestro cuerpo. Vivir en la tristeza, morir en la
tristeza, amar en la tristeza, porque alguien te arroja a la pista de los actos
y la existencia desaparece como nube de humo. No busques comprenderlo. De dónde
podría venir tal sensación, carne de miedo, neuronas, núcleos, gnósticos,
nigromantes, negros, nódulos de carbono nacidos. Dónde está la luz que
atraviesa esta existencia, traspasa los recuerdos, veo la mano del sol
aplastando mis retinas. Ciudad que tomo y devuelvo y nazco en ella a cada
momento porque ella nace en mí. Ella crea una ciudad en mis adentros, ciudad de
largos cerros y casas sostenidas por alfileres de neón, alfileres de ciudad
sonrisa ciudad que es campo y torre y razón y fe y mar de huecos, naufragios,
gotas de luz en la garganta, aliento de la melancolía que se va, aliento de la
melancolía que se queda, el mar de huecos alzándonos a la vida otra vez. Ciudad
abrazante, abrasante ciudad dormida ciudad aliento que persiste, ciudad el
cielo desnudó sus tonos de colores ciudad, verde risa ciudad, morado sombras
ciudad, amarillo de luna ciudad, azul de graffiti ciudad, cielo ciudad, tanto
cielo ciudad, horizonte ciudad, sol en éxtasis ciudad, encarnada ciudad,
adherida ciudad, arquitectura memorial que persiste. La ciudad habla a través
de nosotros. No todo puede decirse de una manera mental. Demasiada fe en los
conceptos, una página bastaría, un párrafo al menos, una frase, una palabra, un
silencio bastaría para nombrarlo todo, lo sé. Solo existe. Nada, mas existe.
Nada. Más. Existe. Nada más, existe. Tener pasos para entrar a la cabeza porque
la memoria es una ciudad en los sueños. Llegaré a algún lugar, lo sé, escribir
es andar y desandar, lo sé, voltear los caminos, lo sé, dibujarlos de nuevo,
tomar los rumbos más espinosos, algunos son sangrantes, dejarse llevar por la
corriente del cauce y no olvidar mi naturaleza de río. Ser agua contenida en la
imposibilidad de decir, tener las letras en reposo, luego soltarlas y escribir,
saber que al menos quedan las palabras, lo sé, al menos queda esa posibilidad
de nombrar y quedarnos en lo que
descubrimos. Escribir sin que nada y que todo vuelva a lastimarnos, no
percatarnos que la realidad es lenguaje sino ser ese lenguaje. Uno vive su escritura
que llama existencia. Escribir es hacer de la vida una parábola, solo el tiempo
revela sus raíces, solo el tiempo moja los labios y les quita la sed. Uno
escribe lo que nace no de la imaginación sino del estar atravesado, porque
escribir es arrojarse a la imaginación a la vida, uno cree que vive pero es
imaginado, y queda recrear toda la vida, no repetirla, derramarla desde un
cántaro con palabras frescas, desde acuarios que lleguen a los labios, y los
llenen de peces otra vez.