(Crónica de un sábado por la noche)
Jhonnatan Curiel
Son las diez de la noche de un sábado tijuanero cualquiera. El impulso noctámbulo y la espontánea necesidad de calle hacen que uno se levante, se vista, tome su dinero y esté listo en unos cuantos minutos. Sale uno de su casa a prisa con la leyenda negra a cuestas. La certidumbre de los asaltos y las ejecuciones; los borrachos violentos de la noche. Todo se niega en la incredulidad de que nada puede pasarnos a nosotros, hemos salido a divertirnos; bajo este riesgo es necesario el autoconsuelo para seguir adelante, ya que sino, la calle persigue a paranoicos y los encuentra siempre.
Ya encaminado, pareciera que el alumbrado público parpadea sus últimos esfuerzos. Las banquetas vacías, el ladrido de los perros haciendo eco en el barrio. Tanta soledad hace caminar más aprisa hasta llegar a la avenida principal donde se espera de 5 a 15 minutos y ya está uno en el taxi azul y blanco ruta Altamira-Villa súbale todavía hay espacio, buenas noches. Se comparte el transporte en una Ford Aerostar con otras 6 personas tan anónimas como uno. Nadie habla en el camino. El taxi a oscuras luce como si llevara puras sombras a su destino. Adentro somos los pasajeros sombra.
El chofer, Caronte urbano, escucha una estación cristiana mientras maneja. El locutor habla de la vida y los sacrificios justo cuando uno de los pasajeros solicita bajarse en la siguiente esquina (una ausencia más, una sombra menos) se cobra ahí en el alto. ¿Ahí en el alto? Sí, gracias que le vaya bien. La radio sigue, el camino también. Todo se pierde en la velocidad. Las cuadras se consumen rápido. Los narcos vienen y las patrullas van, indiferentes. La parada final del taxi está cercana. Sonido de monedas, movimientos, semáforo, cuadra, semáforo, vuelta. Los pasajeros sombra nos preparamos a bajar y luego el ¿cuánto es? 10 pesitos por favor nos libera entre las calles sucias y los establecimientos cerrados; excepto las farmacias, desde luego, su ser-vicio las 24 horas es un recordatorio de que aún de madrugada, la ciudad sigue enferma. Algunos dan las gracias al chofer, otros se alejan silenciosos. No es necesario mirar el atrofiado letrero de la calle para saber que se ha llegado al primer destino.
Zona centro, Constitución entre tercera y cuarta, poca gente, mucha noche y se camina. Se debe seguir por la Constitución y cruzar la calle tercera, donde los puestos de tacos varios son el delirio de la higiene y los olores de guisos acaparan el olfato. Se ha de volver aquí cuando termine la noche, pero ésta apenas comienza, así que nada mas escuchamos el me da otro de chile relleno, por favor; sí, como no, ahí le va el de bisté ranchero acompañado de los charolazos y el vapor sube hasta desvanecerse como un fantasma oloroso.
Ya en la calle segunda, una señora homeless ha improvisado su casa a lo largo de la banqueta. Con su peinado de chongo y la piel maltratada de tanto dormir en las banquetas dice dame un peso de manera exigente mientras estira la mano y su petición, como siempre, resulta en vano. Se debe seguir y atravesar la calle primera bajo la mirada de los policías tranza y donde la prostituta dueña de la esquina negocia el cuánto cobras mija con un vaquerillo chaparro, borracho y para colmo ansioso. Sólo unos cuantos pasos más y hay que detenerse al borde del escalón. No hace falta reflexionar sobre la necesidad inconciente de calor uterino para saber que se ha llegado al segundo destino.
Zacazonapan Bar, antes llamado El Gusanito o “la embajada de Ámsterdam”. Prólogo a la zona norte de Tijuana. Lugar caliente y suavemente peligroso para los que no conocen las mañas. Hoyo poco profundo pero a final de cuentas hoyo. Hay que mostrar la credencial por mero protocolo y el junkie-guardia que custodia la entrada con desgano le dice a uno que pase. Se bajan los escalones como si se entrara a un sótano y en la rocola suena el “Take it!/ Take another little piece of my heart now, baby!” de Janis Joplin. Rápidamente uno es recibido por el junkie-mesero haciendo la pregunta de qué se beberá esa noche. Se le responde que cualquier cerveza está bien, pues a final de cuentas es cerveza y luego él junta los dedos índice y pulgar para acercarlos a su boca preguntando si uno está interesado en lo que su ademán indica (su cara indiferente, los brazos picados) se le responde con otro ademán para decirle que después, al menos que la necesidad requiera algo más intenso, la variedad es lo que sobra aquí, el tú nomás pide me lo confirma seguro.
En la rocola sigue el “You know you got it/ if / it makes you feel good” de Janis la hermosa Janis. El panorama frente a uno es una imagen de creciente calor, se respira el olor a Cloralex y Fabuloso mezclados con la variedad de humos que levitan por el bar, amargoso perfume impregnado entre la ropa, ventiladores industriales dinamizan el apeste a detergentes, marihuana y sintéticos recién salidos de los pulmones. El lugar medio vacío, aproximadamente 35 personas que platican sentados en sus mesas, luces tenues a los extremos, tan opacas como los que platican bajo ellas.
En las paredes los cuadros proyectan los encontronazos de épocas. El collage de estrellas se desarrolla consecutivo: Bob Marley fumándose un gallo del tamaño de su dedo meñique, los Doors posando en la clásica foto del desierto, Marilyn Monroe desnuda, Janis Joplin arriba de un carro tan psicodélico como ella, “Oh, oh, break it! Break another little bit of my heart, now Darling”, en fin. El anacronismo del tiempo plasmado en las paredes mientras la gente circula, los junkies-clientes pasan y se dirigen al baño. Hay miradas que te buscan para medirte con los ojos, otras que sin darte cuenta, te han encontrado desde que llegaste.
Ya encaminado, pareciera que el alumbrado público parpadea sus últimos esfuerzos. Las banquetas vacías, el ladrido de los perros haciendo eco en el barrio. Tanta soledad hace caminar más aprisa hasta llegar a la avenida principal donde se espera de 5 a 15 minutos y ya está uno en el taxi azul y blanco ruta Altamira-Villa súbale todavía hay espacio, buenas noches. Se comparte el transporte en una Ford Aerostar con otras 6 personas tan anónimas como uno. Nadie habla en el camino. El taxi a oscuras luce como si llevara puras sombras a su destino. Adentro somos los pasajeros sombra.
El chofer, Caronte urbano, escucha una estación cristiana mientras maneja. El locutor habla de la vida y los sacrificios justo cuando uno de los pasajeros solicita bajarse en la siguiente esquina (una ausencia más, una sombra menos) se cobra ahí en el alto. ¿Ahí en el alto? Sí, gracias que le vaya bien. La radio sigue, el camino también. Todo se pierde en la velocidad. Las cuadras se consumen rápido. Los narcos vienen y las patrullas van, indiferentes. La parada final del taxi está cercana. Sonido de monedas, movimientos, semáforo, cuadra, semáforo, vuelta. Los pasajeros sombra nos preparamos a bajar y luego el ¿cuánto es? 10 pesitos por favor nos libera entre las calles sucias y los establecimientos cerrados; excepto las farmacias, desde luego, su ser-vicio las 24 horas es un recordatorio de que aún de madrugada, la ciudad sigue enferma. Algunos dan las gracias al chofer, otros se alejan silenciosos. No es necesario mirar el atrofiado letrero de la calle para saber que se ha llegado al primer destino.
Zona centro, Constitución entre tercera y cuarta, poca gente, mucha noche y se camina. Se debe seguir por la Constitución y cruzar la calle tercera, donde los puestos de tacos varios son el delirio de la higiene y los olores de guisos acaparan el olfato. Se ha de volver aquí cuando termine la noche, pero ésta apenas comienza, así que nada mas escuchamos el me da otro de chile relleno, por favor; sí, como no, ahí le va el de bisté ranchero acompañado de los charolazos y el vapor sube hasta desvanecerse como un fantasma oloroso.
Ya en la calle segunda, una señora homeless ha improvisado su casa a lo largo de la banqueta. Con su peinado de chongo y la piel maltratada de tanto dormir en las banquetas dice dame un peso de manera exigente mientras estira la mano y su petición, como siempre, resulta en vano. Se debe seguir y atravesar la calle primera bajo la mirada de los policías tranza y donde la prostituta dueña de la esquina negocia el cuánto cobras mija con un vaquerillo chaparro, borracho y para colmo ansioso. Sólo unos cuantos pasos más y hay que detenerse al borde del escalón. No hace falta reflexionar sobre la necesidad inconciente de calor uterino para saber que se ha llegado al segundo destino.
Zacazonapan Bar, antes llamado El Gusanito o “la embajada de Ámsterdam”. Prólogo a la zona norte de Tijuana. Lugar caliente y suavemente peligroso para los que no conocen las mañas. Hoyo poco profundo pero a final de cuentas hoyo. Hay que mostrar la credencial por mero protocolo y el junkie-guardia que custodia la entrada con desgano le dice a uno que pase. Se bajan los escalones como si se entrara a un sótano y en la rocola suena el “Take it!/ Take another little piece of my heart now, baby!” de Janis Joplin. Rápidamente uno es recibido por el junkie-mesero haciendo la pregunta de qué se beberá esa noche. Se le responde que cualquier cerveza está bien, pues a final de cuentas es cerveza y luego él junta los dedos índice y pulgar para acercarlos a su boca preguntando si uno está interesado en lo que su ademán indica (su cara indiferente, los brazos picados) se le responde con otro ademán para decirle que después, al menos que la necesidad requiera algo más intenso, la variedad es lo que sobra aquí, el tú nomás pide me lo confirma seguro.
En la rocola sigue el “You know you got it/ if / it makes you feel good” de Janis la hermosa Janis. El panorama frente a uno es una imagen de creciente calor, se respira el olor a Cloralex y Fabuloso mezclados con la variedad de humos que levitan por el bar, amargoso perfume impregnado entre la ropa, ventiladores industriales dinamizan el apeste a detergentes, marihuana y sintéticos recién salidos de los pulmones. El lugar medio vacío, aproximadamente 35 personas que platican sentados en sus mesas, luces tenues a los extremos, tan opacas como los que platican bajo ellas.
En las paredes los cuadros proyectan los encontronazos de épocas. El collage de estrellas se desarrolla consecutivo: Bob Marley fumándose un gallo del tamaño de su dedo meñique, los Doors posando en la clásica foto del desierto, Marilyn Monroe desnuda, Janis Joplin arriba de un carro tan psicodélico como ella, “Oh, oh, break it! Break another little bit of my heart, now Darling”, en fin. El anacronismo del tiempo plasmado en las paredes mientras la gente circula, los junkies-clientes pasan y se dirigen al baño. Hay miradas que te buscan para medirte con los ojos, otras que sin darte cuenta, te han encontrado desde que llegaste.
Al frente, en medio de todo, la barra brilla y su luz se diferencia de las otras. La silueta del cantinero Panchito se mueve de un lado a otro atendiendo a los clientes mientras el junkie-intendente se encarga de llevar las cajas de caguamas vacías al fondo del bar. En la rocola los Beatles comienzan su “Let me take you down/ cause im going to/ strawberry fields” al tiempo que es entregada la cerveza por el junkie-mesero. Uno se sirve la cerveza como profesional sin hacer espuma ni nada y a estas alturas no se sabe si esto es un logro, o en realidad un verdadero fracaso. Hay que decirse salud a uno mismo y beber el primer trago de la noche. Son las once ya, dentro de poco se fundirán algunos en un perderse alcoholizado. Ahora es momento de llamar al junkie-mesero y con el guiño del ojo él sabe con certeza lo que se solicita.
Cae el segundo trago de la noche, el alcohol de la cerveza sabe a un amargo descanso. El fin de semana se siente como la suave tregua del hastío. Desde el fondo del bar se ve venir al junkie-mesero que ya ha dejado de ser un junkie pues se le mira de otra manera, es el mesero amigo, una sombra más clara entre todas las sombras. Hay que tomar el encargo, pagar y dar las gracias sin decir una palabra. El “nothing is real” de los Beatles marca el momento indicado para encenderlo; dejarse llevar por las respiraciones, cálidas, entrecortadas, profundas.
Es una noche de un sábado tijuanero cualquiera, la gente comienza a llegar. Los turistas entran seguidos de algunos recién deportados y atrás de ellos un grupo de adolescentes ansiosos de caras ávidas. Todos vienen a lo mismo, a divertirse o anestesiarse bajo el estímulo de saber que aquí se puede conectar lo que sea, sin temor de que la policía se entrometa. Al fondo del bar, junto a los baños, las luces están apagadas a propósito, en los rincones se distinguen las llamas de los encendedores bajo las pipas para el Ice o Kristal y pequeños puntos de luz hacen que los cigarrillos parezcan torpes luciérnagas en las tinieblas. Desde mi asiento veo las caras iluminadas con los ojos cerrados inhalando. “Living is easy with eyes closed” dicen los Beatles. No hace falta recordarles en qué lugar se encuentran para que sepan, como yo, que han arribado a su último destino.
Excelente...simplemente excelente Jhonnatan... Saludillos nocturnos my friend =D
ResponderEliminarluciérnagas en las tinieblas..... me transporto
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