Foto: Francisco Mata Rosas
El
muro existe desde los noventas con Clinton, se revitalizó en la primera década
del siglo XXI con Bush, se llenó de drones y estrategias mortíferas con Obama,
y ahora Trump viene con el cuento de que lo van a construir. Su megalomanía no
le permite entender que es un continuador en esta política del rechazo.
Aunque
las tensiones se remontan a los Tratados de Guadalupe-Hidalgo en 1848 donde se
delimitó la actual frontera y México cedía más de la mitad de su territorio a
Estados Unidos (California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y extensiones
de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma), las primeras décadas del siglo
XX fueron de división, rechazo y ocupación neocolonial para localidades del
norte mexicano que terminaron por transformar la frontera. En Tijuana La Horrible (2011), Humberto
Félix Berumen documenta cómo para el caso de esta ciudad, inversionistas
estadounidenses asociados a mafias de gánsteres, junto la industria de Hollywood,
la prensa estadounidense y las representaciones visuales en fotos, postales y
literatura jugaron un papel crucial en la construcción de un imaginario
pernicioso sobre esta frontera, que finalmente llegó a capitalizar la imagen de
México a inicios del siglo XX como un país violento, vicioso e ignorante que
debía ser contenido física y culturalmente con un límite fronterizo, he aquí un
antecedente de la política del rechazo en contra de México.
Posteriormente,
en las décadas de los treintas y cuarentas, se da otro momento de disputa
cultural por el racismo y la discriminación hacia mexicanos en EU, que dio
origen al movimiento de resistencia chicana en la unión americana, momento
documentado por el antropólogo José Manuel Valenzuela Arce en el libro Nosotros. Arte cultura e identidad en la
frontera norte (2012), donde narra la persecución hacia mexicanos por
grupos nacionalistas, las deportaciones masivas, así como la creciente
violencia en EU hacia la cultura mexicana.
Aunque
el enfoque de seguridad fronteriza llega en la década de los 60s, no es hasta
finales de los 80s e inicios de los 90s cuando el gobierno estadounidense
endurece sus políticas migratorias y estrategias de persecución y captura
contra migrantes. En 1994, bajo el periodo de Clinton, inicia el “Operativo
Guardián” y otros operativos en la frontera sur de EU, ordenando la
construcción de una valla de seguridad para impedir la migración. Algunos de los
materiales utilizados para erigirlo fueron láminas traídas de la guerra del
golfo pérsico, que con el paso del tiempo se convirtieron en una muralla
corroída que se mantiene en la actualidad. Expresando simbólicamente cómo esta
primera muralla también es una expresión de las marcas que ha dejado la guerra.
Los
atentados del 11 de septiembre de 2001 trajeron un nuevo enfoque de seguridad
en el periodo de Bush. Después de este suceso en 2005 se aprueba la
construcción de una segunda muralla de más de 2000 kilómetros de extensión,
mejor fortificada y dotada con lámparas de alta intensidad, cámaras
infrarrojas, sensores de movimiento, vehículos todo-terreno y helicópteros
armados. Posteriormente, durante el periodo de Obama (2009-2017), la administración
que más ha deportado personas en la historia de EU, se hacen ampliaciones y
mejoras a la construcción del muro, se moviliza a la Guardia Nacional, se
utilizan drones y se disparan los abusos por parte de la Patrulla Fronteriza,
responsable de asesinar a menores en tránsito, migrantes bajo su custodia y de
usar estrategias de tortura y persecución que no buscaban capturar sino hacer
que migrantes tomaran rutas riesgosas o se perdieran en el desierto.
La (re)construcción
del muro no es algo nuevo para la frontera norte de México. Hay más de 3180
kilómetros desde Playas de Tijuana en Baja California hasta Playa Bagdad en
Tamaulipas, y existen zonas donde puede haber hasta tres barreras de contención,
mientras otras son poco protegidas por las condiciones topográficas. La amenaza
de Trump de erigir “La Gran Muralla” no es algo nuevo, sino una continuación de
esta política del rechazo, y por más seguridad, equipamiento y altura que tenga
su muro siempre habrá maneras superarlo, al menos ocho décadas de migración así
lo atestiguan. Tal y como lo expresó Janeth Napolitano, funcionaria de
seguridad fronteriza en el periodo de Obama respecto a la inefectividad del
muro frente al impulso de la migración, “enséñame un muro de 15 metros, que
traeré una escalera de 16 metros”.
En
Tijuana llevamos décadas viendo y viviendo las transformaciones del muro,
atestiguando los abusos, doliéndonos por los asesinatos y desapariciones a
manos de la patrulla fronteriza o grupos nacionalistas. De las más de 6600
muertes desde el inicio del Operativo Gatekeeper en 1994 hasta los millones de
deportados que se expulsaron en el periodo de Obama, las cicatrices de esta
división geopolítica están presentes en el territorio.
Aunque
no le parezca al nuevo presidente de EU, ni la nueva muralla, ni su renovada
vigilancia impedirá los cúmulos de expresiones afectivas (familiares, de
amistad y amorosas) que se tejen en esta frontera tan grande y compleja. A pesar de su discurso de odio y su apología
del racismo, esperemos que estos hechos sean la semilla de una unidad sin precedentes.
Porque la tierra no le pertenece, y porque no hay muro que no pueda ser
colapsado por las escaleras de nuestros afectos ni por los túneles de nuestras
pasiones.
Originalmente publicado en http://nofm-radio.com/2017/01/trump-el-muro-y-la-politica-del-rechazo/
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