martes, 18 de septiembre de 2012

RESEÑA DEL POEMARIO "FLORES CEREBRALES"

 Acá comparto una reseña de mi poemario Flores Cerebrales (Navachiste ediciones/Instituto Sinaloense de Cultura, 2012) realizada por el poeta Carlos Santibañez Adonegui.




Reseña literaria a: Flores Cerebrales, poemario de Jhonnatan Curiel, Premio Interamericano de Poesía Navachiste, Jóvenes Creadores 2011, Fundación Cultural Navachiste, www.festivalnavachiste.org, Navachiste Ediciones (Col. La Ranura del Sax, núm. 10), diseño de portada: Ito Contreras.

Por Carlos Santibáñez Andonegui

La teoría del conocimiento es un saber filosófico que se pregunta si en realidad aprendemos, si el conocimiento en sí mismo es posible, qué tan seguros podemos estar de haber aprendido algo en esta existencia donde gran cantidad de lo aprendido es falso o no alcanza a sostenerse en niveles más rigurosos de verdad. La poesía de todos los tiempos es rica en ejemplos de ese algo buscado, mentido, añorado, pretendido, que al parecer se nos cuartea de algún modo. “Aunque sea de oro se rompe”, ¿no Nezahualcóyotl? Lo que creíamos real, con el tiempo se va cayendo a pedazos y se enreda en “ese enjambre de abejas llamadas ilusiones”, como lo nombra el poeta dominicano R. Emilio Jiménez en un poema llamado, precisamente, y es aquí donde la poesía tiene todavía mucho que aportar a la filosofía: Amor. “Amar es Terremoto”, enseña Jhonnatan Curiel, en tanto la lógica, “ha sido útil a sí misma”. La voz del poeta la define como una “escalera para llegar a algo”. Voy a soltar a Jhonnatan como un pastor no alemán, sino mexicano en esencia, presencia y transparencia. No le tengan miedo, filósofos: “La lógica es una cicatriz necesaria para la humanidad… La filosofía abre las puertas al desierto pero la lógica no quiere quitarse los zapatos, no quiere entrar a la humedad de sus conceptos, implica echarlos a la hoguera para reinventarlos como fundir el acero”. Tal es el poeta que nos ocupa. Con él, “hablar es como nadar en la laguna de la conciencia”, pero antes de que me digan ustedes qué es y qué no es conciencia, dejen que alarme a su conciencia con otra alerta de tsunami: “somos capaces de tocar las fibras de la sensibilidad que ni siquiera es verdadera, la verdad es una palabra que implica un concepto, y ese concepto es un símbolo criptográfico de la conciencia, la conciencia lo reconoce al unir los nervios en su electricidad, la electricidad es vibración, por eso la sensación tiene su propio lenguaje…” Y dentro de ese lenguaje hay “una onda de magnetismo que recorre los nervios suspirando, hay una ráfaga de simetría que teje un poema sobre la piel”.


Que se vaya de lado, que no se colme, que se complique en juegos, en la mentira la condición humana, es lo propio de ella. Los griegos lo asimilaron a la fatalidad implícita en la idea de destino. Los judíos, a la soberbia del ser humano que se cree superior a Jehovah: el que es, el que fue, el que será, y así sucesivamente todas las religiones, y ese común denominador de que la humanidad va mal, está en pecado, etc., no tiene que tener un copyright fijo sino que es de todos y por andárselo peleando cada religión, cada filosofía, por estarse demandando derechos de autor, o copiando descaradamente y tratando de cobrar regalías por decirlo antes que el otro, lo que está sucediendo es que lamentablemente no lo ve casi nadie, y aunque le han puesto miles de nombres, cada vez lo ve menos gente. ¿Querrían verlo con ojos de Jhonnatan? Aquí está: “Me parece increíble que los ojos no perciban el crepúsculo de las cosas en el hundimiento del mundo”.

Hay también cantidad de recuerdos que deciden por nosotros, sé que Bergson habría gozado tanto como yo al leer este poemario después de haber escrito su valiosa Materia y memoria. Si hubiera una obra donde hacer realidad el objetivo pleno, sin divorcio, de filosofía y letras, como se ha hecho realidad en el nombre de facultades y aun de la carrera reconocida en ciertas Universidades antiguas y modernas, no manchadas del asco de separarlo todo, de independizarlo todo, de divorciarlo todo, ese libro sería éste, y los siguientes, de Jhonnatan Curiel.

Se torna tántrico, se vuelve onírico cuando aconseja, perlado de ese fino humorismo: “Despójate de acumulaciones”. ¡Ah!, si las decisiones íntimas del cerebro escucharan, tácticamente lo aventuro, médicos: no habría cáncer.

Voy a hacerle al profeta respecto a Jhonnatan. No es de los que vayan a imprecar duramente al lector. Si lo sacude es por su bien, por ejemplo cuando se acerca a retarlo: “Estoy en la lectura contigo, atrás de ti está la muerte pero tú lees, y la muerte te mira leer, la muerte te siente respirar, tú eres la muerte”…

Pero eso no obsta para que lo cuide, y hasta en cierto modo le “haga el trabajo” al lector: “…algoritmos genéticos nos dan esta cara y estos ojos y este cerebro con el que ahora pretendes creer que sólo estás frente a palabras, que sólo estás frente a un encadenamiento de caracteres, que sólo estás frente a un autor que para ubicarlo dice que escribe poesía y se llama Jhonnatan Curiel…” 

Si el absurdo amenaza a lo ideal, si el cuerpo se equipara a la inteligencia en la función de adaptación a lo real, antes que nos alcance el destino, la bendición de existir nos regala sus razones. Cito: “Permitirse sentir lo que llega hasta la vida como una ráfaga de brisa…”  ¿No es ésta la bella fórmula de Piaget para definir la inteligencia, como victoria de la operación sobre la intuición? De manera que amigos todos, antes de explicar si el conocimiento surge por combinación de reflejos, si es necesario conocer primero el todo, previo a buscar cómo se han combinado las partes, vibremos con él, que es lo que muchos no hacen. Ante eso, lo que hace Jhonnatan es rescatarlo a priori, previo a que perezca o mute y se transforme en otra cosa y deje de ser, exactamente, amor: “Somos un eco que nunca se apagó pero olvidaron cómo escuchar”. Porque aun sin ser soberbia, error, pecado, conocimiento propiamente dicho, antes de sepultarlo en “estructuras de pensamiento”, el impulso vital es de buena fe, es amor: no es a la mala que nos arriesgamos a venir a este mundo, es por algo que no está dañado, en principio, y sobre esto hace falta insistir. (Creo que Kant hizo bastante). “Riesgo es el decir. Hablar es un acto de fe –inculca Jhonnatan- dar pasos al abismo que al aceptarlo se vuelve superficie”. Hay “risa de beber” en su poesía. Hay canciones corporales que resuenan en las células. “Hablar es hacer magia”, revela Jhonnatan- hablar es seducir al silencio”. Cuando aún tiene aroma, el aroma de lo humano toma la forma de la belleza misma en pulsación: no nos engañemos. Lo que son, es flores. ¡Son puras flores! No importa qué tan breves, qué tan hondas, qué tan sutiles o tan venenosas; son, simplemente, un nuevo tipo de flores que Jhonnatan encuentra y nos  ofrece: flores cerebrales.


A partir de aquí se entiende su poética como un llamado a percibir el don, a convertirse en ofrenda. Está consciente de lo amargo que es nuestro destino, que andar por nuestra vida es como andar en la cuerda floja, de ahí el epígrafe de Edmond Jabés: “Se escribe siempre al filo de la Nada”. Y como si callara por sabido el referente bíblico de la sangre, en la majestad del Pange Lingua el poema repetido por los clérigos en el medioevo con la intención de pedirle a la sangre: “Canta lengua mía el misterio de mi sangre preciosa…”, se va directamente a declarar “por esta sangre camino”. Confortado en el oceano rojo de donde surgen todas las emanaciones, y Gorostiza izó su: “¡Oh, inteligencia, soledad en llamas”, la sangre, en sus pasillos que ha dado material para cantos como el de Julio Trujillo al titular:Una sangre (a un poemario suyo de 1998). Sangre, bravura del rojo que todo lo puede, aun arrastrar el luto en donde “quedan las muertes bebidas por los ojos” (escribe Jhonnatan).

Lo demás es ir andando con ella, de la mano del poeta que ahonda en su color, “ese color que siento en mí cuando percibo soledad”, para entenderla, amarla, consumirse con ella hasta saberse una de esas “gotas cerebrales que desaparecen en la última idea”. Se vale prescindir por el momento de preguntas como por ejemplo, si la conciencia es dueña de sí misma. “La cabeza es un epílogo en la obra del mundo”, pone Jhonnatan en el momento adecuado. Pero este epílogo, este plus, este algo más que desconcierta y estremece, no se usa, eso es lo peor, no se usa sino en una mínima parte. Una manera de usarla es ponerlo así, del dictado riguroso de Jhonnatan: “Quisiera reconstruir este mundo mas no puedo únicamente con mis manos. Necesito tus manos”.

Ojo psicología de la forma, ojo fenomenología. No es que la poesía actual decida hacerlas a un lado o arrebatarles el cetro de una reflexión que de pleno derecho les corresponde. Nadie se espante. Sencillamente se trata de expresar el pasmo, dar testimonio del mismo, no sin un hilo conductor, no sin un sentido, y este sentido es el del amor. Nos guía su reflexión, no abjuramos de ella. Pero creemos que amando, daremos un paso más, el paso que hace falta dar independientemente de las reflexiones. Se ama. La gente ama en las calles. “Amar con las uñas espirituales, amar con el vértigo lleno de espermatozoides y delirios, amar y saber que estoy en el orgasmo que llamamos vida, y también estoy en su malilla, aprendiendo a escuchar tranquilo el flujo de mis células: Estoy sonriendo hacia adentro, me estoy abriendo como papalote, me voy”. El amor vale como construcción de un orden trascendente, aunque por el momento, nos sea desconocido. Existen por lo menos dos maneras de integrarlo culturalmente: el regocijo de vivirlo en sus términos, desde el acto poético, o el regocijo de vivirlo en función de un acto fe, (que no están separados los dos actos) a la manera en que decía san Pablo: “Mañana conoceré, como soy conocido”. Habrá quien diga después de leer la poesía que has escrito y la que vendrá: Qué alegría haberte leído. Yo digo eso mismo pero con algo más: Qué alegría haberte conocido. 

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